Redacción (Madrid)
El Líbano, un pequeño país situado en la costa oriental del Mediterráneo, ha sido testigo de una rica y diversa historia. Desde la civilización fenicia, famosa por su comercio marítimo y la creación de uno de los primeros alfabetos, hasta el dominio de los imperios persa, romano y otomano, Líbano ha jugado un papel central en la historia del Mediterráneo y del Medio Oriente. Su capital, Beirut, ha sido un faro cultural y económico, conocida por su vibrante vida urbana y su influencia en el mundo árabe.
Una de las características más distintivas del Líbano es su diversidad religiosa. Cristianos maronitas, musulmanes chiíes y suníes, y drusos conviven en un sistema político conocido como confesionalismo, donde los principales cargos del gobierno se reparten entre las diferentes confesiones. Si bien esta pluralidad ha enriquecido su cultura, también ha generado tensiones que han llevado a conflictos, como la devastadora guerra civil entre 1975 y 1990. El Acuerdo de Taif, que puso fin a la guerra, estableció un frágil equilibrio de poder que persiste hasta hoy.
En los últimos años, Líbano ha enfrentado desafíos sin precedentes. La crisis económica, que comenzó en 2019, ha colapsado su moneda y ha empobrecido a la mayoría de la población, exacerbada por la explosión del puerto de Beirut en 2020, que destruyó gran parte de la capital. Sin embargo, a pesar de la corrupción política, las tensiones sectarias y la situación económica, el pueblo libanés ha mostrado una extraordinaria capacidad de resistencia y ha exigido reformas profundas para un futuro más estable y próspero.
A pesar de sus dificultades, el Líbano sigue siendo un país con una profunda riqueza cultural. Su música, literatura y gastronomía son admiradas internacionalmente, y Beirut sigue siendo un punto de encuentro de ideas y expresiones artísticas. La capacidad del Líbano para levantarse tras cada crisis es un testimonio de su espíritu resiliente, que sigue manteniéndose fuerte frente a la adversidad.