Santa Clara, la ciudad creativa en el corazón de Cuba

Redacción (Madrid)

Santa Clara, Villa Clara. — En pleno centro de Cuba se alza Santa Clara, una ciudad que combina tradición, cultura y modernidad. Fundada en 1689, su trazado colonial y su vida urbana activa la han convertido en un punto de referencia para viajeros y cubanos de todo el país.

El Parque Vidal es el corazón de la ciudad. Rodeado de edificios históricos y siempre lleno de movimiento, allí se mezclan músicos callejeros, familias, estudiantes y vendedores ambulantes. A su alrededor se ubican joyas arquitectónicas como el Teatro La Caridad, inaugurado en 1885 y considerado uno de los coliseos más hermosos de la isla, famoso por su acústica y por los frescos que adornan su interior.

Santa Clara también es reconocida por su fuerte carácter cultural y artístico. Espacios como El Mejunje, centro cultural alternativo, han ganado notoriedad internacional por sus propuestas que van desde el teatro experimental hasta los conciertos de trova y rock. La ciudad respira creatividad: galerías, peñas musicales y festivales de arte llenan el calendario anual.

La influencia juvenil es palpable gracias a la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, que aporta dinamismo y diversidad a la vida citadina. Cafeterías, bares y pequeños espacios privados emergen como puntos de encuentro para estudiantes y visitantes, generando una atmósfera moderna que convive con la tradición.

En materia turística, Santa Clara se ha consolidado como destino emergente. Sus calles animadas, sus restaurantes familiares y el ambiente acogedor de sus casas particulares atraen a quienes buscan una experiencia auténtica. Además, su ubicación estratégica convierte a la ciudad en una excelente base para explorar la región central de Cuba, con paisajes montañosos, ríos y playas a pocas horas de distancia.

Santa Clara no solo es un centro urbano del interior de la isla, sino también un espacio donde la cultura, la música y la hospitalidad de su gente se entrelazan, ofreciendo al viajero una Cuba distinta: menos turística, más cercana, vibrante y genuina.

Soroa, el arcoíris de Cuba que enamora a viajeros y científicos

Redacción (Madrid)

Artemisa, Cuba. — Enclavada en la Sierra del Rosario, a apenas 80 kilómetros al oeste de La Habana, se encuentra Soroa, un pequeño paraje natural que ha conquistado el corazón de visitantes nacionales y extranjeros gracias a sus paisajes exuberantes, sus aguas cristalinas y su singular jardín de orquídeas.

Conocida como “el arcoíris de Cuba”, Soroa debe su apodo a un fenómeno óptico frecuente en la zona: los rayos del sol atraviesan la neblina de la cascada local y dibujan un arcoíris casi permanente. El salto de agua, con 22 metros de altura, es uno de los atractivos principales. Sus visitantes suelen descender por senderos boscosos hasta la poza donde el río Manantiales se desploma entre rocas centenarias.

Pero Soroa no es solo un espectáculo visual. La biodiversidad de la región ha convertido a este sitio en un laboratorio natural para investigadores. El Orquideario de Soroa, fundado en 1943 por el canario Tomás Felipe Camacho, es hoy el mayor jardín de su tipo en Cuba y uno de los más completos del Caribe. Con más de 20.000 ejemplares de unas 700 especies, muchas de ellas endémicas, el espacio combina belleza y ciencia.

La zona también forma parte de la Reserva de la Biosfera Sierra del Rosario, reconocida por la UNESCO desde 1985, lo que garantiza la protección de sus bosques tropicales, su fauna autóctona y sus comunidades rurales. Senderistas, fotógrafos y amantes del ecoturismo encuentran aquí rutas que mezclan historia, naturaleza y cultura campesina.

El turismo ha tenido un peso creciente en la vida local. Casas particulares, pequeños restaurantes familiares y un hotel gestionado por la empresa estatal Cubanacán reciben a quienes buscan desconectarse del bullicio urbano. Sin embargo, habitantes y expertos advierten sobre el reto de mantener un equilibrio entre el desarrollo turístico y la conservación del ecosistema.

En tiempos donde el turismo sostenible se ha vuelto una prioridad global, Soroa ofrece un ejemplo de cómo un rincón de Cuba puede conjugar la riqueza natural con la conciencia ambiental. Un sitio donde la cascada, las orquídeas y el arcoíris no son solo atractivos turísticos, sino símbolos de identidad y orgullo local.

Paraísos submarinos: los mejores lugares para hacer snorkel en República Dominicana

Santo Domingo. – Más allá de sus playas de arena blanca y cocoteros, la República Dominicana esconde un tesoro que late bajo la superficie de sus aguas cristalinas: arrecifes vibrantes, bancos de peces multicolores y escenarios submarinos que convierten al país en un destino privilegiado para los amantes del snorkel.

A lo largo de su litoral caribeño y atlántico, los visitantes encuentran enclaves donde la biodiversidad marina se exhibe en todo su esplendor. Desde parques naturales protegidos hasta calas de fácil acceso, el país ofrece opciones para principiantes y buceadores experimentados.

Isla Catalina, un museo natural bajo el mar

Ubicada frente a la costa de La Romana, la Isla Catalina es uno de los puntos más recomendados para quienes buscan aguas tranquilas y una visibilidad impecable. Su arrecife “La Pared” es célebre por la abundancia de corales y la presencia de especies como peces loro, damiselas y rayas. La cercanía con el puerto de cruceros ha convertido a la isla en un destino recurrente para excursiones de un día.

Cayo Arena, el oasis flotante

En la costa norte, próximo a Puerto Plata, se encuentra Cayo Arena, también conocido como Cayo Paraíso. Se trata de un pequeño banco de arena rodeado de aguas turquesas que parecen irreales. Allí, la experiencia de snorkel es casi mágica: jardines de coral y peces tropicales nadan en un entorno que parece sacado de una postal.

Parque Nacional del Este, riqueza protegida

Hoy rebautizado como Parque Nacional Cotubanamá, este espacio natural en la región Este alberga algunos de los ecosistemas marinos mejor conservados del país. Frente a Bayahíbe, los arrecifes son un imán para quienes buscan nadar junto a tortugas marinas y descubrir cavernas submarinas de origen coralino.

Sosúa, la joya accesible

Para quienes no desean largos traslados, la playa de Sosúa, en Puerto Plata, ofrece la posibilidad de practicar snorkel directamente desde la orilla. Sus aguas tranquilas y poco profundas hacen que familias y principiantes disfruten con seguridad de la experiencia, al tiempo que observan cardúmenes de peces tropicales a pocos metros de la playa.

Samaná y Las Galeras, naturaleza en estado puro

En la península de Samaná, las playas de Las Galeras y alrededores ofrecen un snorkel más salvaje, lejos de las multitudes. Sus arrecifes presentan un equilibrio entre la belleza natural y la tranquilidad que solo se encuentra en destinos aún poco masificados.

Un destino que mira al mar

La República Dominicana, reconocida mundialmente por su oferta turística de sol y playa, se posiciona cada vez más como un referente en experiencias de naturaleza y aventura. El snorkel es, sin duda, una de las actividades que mejor conecta a los viajeros con la riqueza natural del país.

Con un equipo básico —máscara, aletas y tubo—, el visitante puede sumergirse en un universo de color que recuerda por qué el Caribe es, desde hace siglos, un imán para exploradores de todos los rincones del mundo.

Fusterlandia: el universo colorido de un barrio convertido en obra de arte

Redacción (Madrid)

En las afueras de La Habana, en el modesto barrio de Jaimanitas, se esconde un fenómeno cultural y turístico que desafía cualquier clasificación convencional. No es un museo, ni una galería al uso, ni siquiera una atracción turística concebida como tal. Fusterlandia es, ante todo, la materialización de un sueño colectivo impulsado por el artista cubano José Fuster: convertir el entorno en una obra de arte viviente, abierta y compartida.

A finales de los años noventa, José Fuster, pintor y ceramista, decidió transformar su casa en Jaimanitas con mosaicos, esculturas y murales que recordaban el espíritu de Gaudí en Barcelona o de Brancusi en Rumanía. Con el tiempo, esa intervención artística se expandió como una onda expansiva por el barrio: vecinos, talleres, fachadas y espacios públicos se fueron sumando hasta que todo el entorno adquirió una identidad nueva.

Lo que comenzó como un gesto individual se transformó en un proyecto comunitario que convirtió a Jaimanitas en un destino cultural ineludible.

Visitar Fusterlandia es entrar en un mundo paralelo:

  • Colores intensos y formas oníricas envuelven casas, bancos y muros.
  • Motivos marinos, figuras humanas y referencias caribeñas se repiten como un lenguaje visual común.
  • La casa-taller de Fuster funciona como epicentro, pero el arte se derrama hacia las calles adyacentes, haciendo del barrio entero un museo al aire libre.

Caminar por sus callejones no requiere entradas ni horarios estrictos: la experiencia es libre, espontánea, casi íntima.

Más allá de la estética, Fusterlandia se ha consolidado como un ejemplo de cómo el arte puede revitalizar comunidades. El proyecto atrajo turismo, generó pequeños negocios y dio visibilidad a un barrio que antes pasaba desapercibido. Restaurantes, casas particulares y talleres artesanales florecieron a la sombra de los mosaicos, integrando a los vecinos en la dinámica del turismo cultural.

El visitante no solo contempla una obra artística, sino que participa de un ecosistema vivo, donde lo turístico y lo local conviven sin perder autenticidad.

Fusterlandia también plantea preguntas interesantes sobre el papel del arte en la sociedad. ¿Es posible que un barrio humilde se convierta en un destino internacional sin perder su esencia? ¿Puede el arte transformar realidades sociales sin convertirse en mercancía turística? Hasta ahora, Fusterlandia parece haber encontrado un delicado equilibrio: atrae visitantes de todo el mundo, pero sigue siendo un espacio genuino, donde la vida cotidiana de Jaimanitas late detrás de cada fachada decorada.

  • Cómo llegar: Fusterlandia está a unos 20 minutos en coche del centro de La Habana; los taxis colectivos son una opción frecuente.
  • Cuándo visitar: Las mañanas suelen ser más tranquilas; a mediodía el lugar recibe más grupos organizados.
  • Qué esperar: No es una atracción “clásica”, sino un barrio habitado; se recomienda respeto hacia los residentes.
  • Qué llevar: Cámara fotográfica, agua y, si se desea, algún detalle de apoyo a la comunidad (comprar artesanía local es una buena manera).

Fusterlandia no es solo un lugar para tomar fotos coloridas: es una metáfora de cómo la creatividad puede modificar el entorno y darle a un barrio una nueva narrativa. Para el viajero, significa descubrir una Habana distinta, más allá del Malecón y de las postales coloniales. Para los habitantes, significa pertenencia, orgullo y un motor de desarrollo.

En definitiva, Fusterlandia es un recordatorio de que viajar también puede ser un acto de diálogo con la cultura local. Allí, entre mosaicos y sueños, el visitante comprende que el arte no está confinado a los museos: puede habitar calles enteras y transformar realidades.

Bonao: el corazón verde y cultural de la República Dominicana

Redacción (Madrid)

Bonao, República Dominicana. — Situada en el centro de la isla y rodeada por las montañas de la Cordillera Central, Bonao se presenta como un destino donde naturaleza, cultura y tradición conviven en perfecta armonía. Aunque no siempre figura en los principales folletos turísticos del país, esta ciudad —capital de la provincia Monseñor Nouel— guarda atractivos que la convierten en un punto de referencia para quienes buscan una República Dominicana más auténtica, más allá de las playas del Caribe.

Naturaleza y ecoturismo

Bonao es conocida como “La Villa de las Hortensias”, y su entorno justifica el apelativo. Cascadas, ríos cristalinos y montañas cubiertas de vegetación tropical hacen de la zona un paraíso para el ecoturismo. Espacios como la presa de Rincón, el Salto de Jima —declarado Monumento Natural— y los senderos de montaña atraen tanto a excursionistas como a familias que buscan contacto directo con la naturaleza. En los últimos años, proyectos comunitarios han potenciado el turismo de montaña y el agroturismo, ofreciendo al visitante experiencias más sostenibles.

Un centro de arte y cultura

Lejos de ser solo un destino de naturaleza, Bonao destaca por su vibrante vida cultural. La ciudad alberga el Centro Cultural Cándido Bidó, en honor al pintor dominicano nacido en esta tierra, considerado uno de los grandes maestros del arte caribeño. Murales, galerías y espacios artísticos refuerzan la identidad cultural del municipio.

A esta riqueza se suma el carnaval de Bonao, uno de los más vistosos del país, conocido por sus coloridas comparsas y la figura emblemática del “Macarao”. Cada febrero, las calles se llenan de música, disfraces y tradición, atrayendo a miles de visitantes nacionales e internacionales.

Gastronomía y hospitalidad

La experiencia turística de Bonao no estaría completa sin mencionar su gastronomía. Platos como el sancocho, el chivo guisado y el locrio se disfrutan en fondas locales que preservan el sabor de la cocina dominicana casera. El viajero encuentra además una hospitalidad cercana, propia de una ciudad que mantiene costumbres de pueblo, donde el visitante es recibido como parte de la comunidad.

Retos y oportunidades

Bonao enfrenta todavía desafíos para consolidarse como destino turístico de primera línea. La promoción internacional sigue siendo limitada, y muchos de sus atractivos permanecen desconocidos para el gran público. Sin embargo, el auge del turismo interno y el creciente interés por el ecoturismo y la cultura abren nuevas oportunidades para posicionar la ciudad como un complemento perfecto a los polos turísticos tradicionales del país.

Bayahibe: entre la tradición pesquera y el turismo caribeño

Redacción (Madrid)

Bayahibe, República Dominicana. — En la costa sureste de República Dominicana, a poco más de 20 kilómetros de La Romana, se encuentra Bayahibe, un antiguo pueblo pesquero que hoy se ha convertido en uno de los destinos turísticos más atractivos del Caribe. Sus playas de arena blanca, aguas cristalinas y cercanía con el Parque Nacional del Este lo han posicionado como punto de encuentro entre la vida tradicional dominicana y el turismo internacional.

De pueblo pesquero a destino turístico

Fundado en el siglo XIX por familias de pescadores, Bayahibe vivió durante décadas de la pesca artesanal y del cultivo de la yuca. Sin embargo, a partir de los años noventa experimentó un cambio radical con la llegada de hoteles y operadores turísticos. Hoy, la economía local depende en gran medida del turismo, aunque la comunidad mantiene sus raíces: cada mañana todavía se pueden ver las embarcaciones de pescadores regresando con la captura del día.

Playas y atractivos naturales

La playa de Bayahibe es el centro neurálgico del destino. Sus aguas tranquilas la convierten en un lugar ideal para nadar, practicar esnórquel o simplemente relajarse bajo el sol. Pero su mayor atractivo está en su papel como punto de partida hacia Isla Saona y Isla Catalina, dos joyas del Parque Nacional del Este que reciben miles de visitantes cada año por sus arrecifes de coral y su biodiversidad marina.

El turismo de buceo también se ha consolidado. Los fondos marinos frente a Bayahibe albergan pecios históricos, arrecifes vibrantes y una variedad de vida submarina que ha convertido a la zona en referente para buzos profesionales y aficionados.

Cultura local y hospitalidad

A diferencia de otros polos turísticos de gran escala, Bayahibe mantiene un ambiente acogedor y comunitario. El visitante puede recorrer su malecón, conversar con los pescadores, probar platos típicos como el pescado frito con tostones o participar en festividades locales. Esta combinación de hospitalidad y autenticidad le da un valor añadido frente a destinos más masificados.

Retos del crecimiento

El auge turístico plantea también desafíos. La presión sobre los ecosistemas marinos y el desarrollo urbanístico acelerado han despertado la atención de organizaciones medioambientales, que promueven prácticas sostenibles en el turismo de la zona. Tanto operadores privados como instituciones locales trabajan para que Bayahibe mantenga el equilibrio entre crecimiento económico y conservación natural.

Un destino en expansión

Hoy, Bayahibe no solo es una escala para quienes buscan playas paradisíacas, sino también un punto de interés cultural y ecológico. Su transformación de pueblo pesquero a destino turístico refleja la evolución del Caribe contemporáneo, donde tradición y modernidad conviven en un mismo espacio. Para quienes buscan un lugar que combine belleza natural, historia y cercanía humana, Bayahibe se presenta como un destino imprescindible en República Dominicana.

Los Valles Cafetaleros de Cuba: un turismo entre naturaleza y tradición

Redacción (Madrid)

Cuando se piensa en Cuba como destino turístico, lo primero que viene a la mente son sus playas de arena blanca, el son cubano y la arquitectura colonial de ciudades como La Habana o Trinidad. Sin embargo, el país caribeño guarda tesoros menos conocidos que ofrecen experiencias auténticas y originales. Entre ellos destacan los valles cafetaleros, escenarios naturales e históricos que combinan paisaje, tradición agrícola y cultura local. Este ensayo explora el turismo en los valles cafetaleros de Cuba como una alternativa única para descubrir el país más allá del turismo convencional.

Los cafetales en Cuba tienen una historia que se remonta al siglo XVIII, cuando colonos franceses provenientes de Haití introdujeron el cultivo del café en la isla. Con el tiempo, se construyeron haciendas, secaderos y viviendas en zonas montañosas, especialmente en las provincias de Santiago de Cuba, Guantánamo y Pinar del Río. Estos espacios no solo representan un legado económico, sino también un patrimonio cultural que hoy puede ser recorrido por los viajeros.

Uno de los principales atractivos de este turismo es la belleza natural que rodea los cafetales. Valles verdes, montañas cubiertas de bosques tropicales y ríos cristalinos forman un escenario ideal para el senderismo, la fotografía y el ecoturismo. El Valle de Viñales, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un ejemplo donde el paisaje agrícola se mezcla con formaciones rocosas únicas, los mogotes, que crean una estampa irrepetible.

Visitar los valles cafetaleros no es solo contemplar el paisaje: es también una inmersión en la vida rural cubana. Los turistas pueden recorrer antiguas haciendas, observar el proceso artesanal del café, participar en talleres de cultivo y degustar una taza recién elaborada en medio de las montañas. Además, en muchos de estos lugares se organizan excursiones a caballo, rutas en bicicleta y convivencias con familias campesinas, lo que aporta un componente humano y cercano a la experiencia.

Los restos de antiguas plantaciones, con sus secaderos de piedra y viviendas coloniales, son hoy parte del patrimonio cubano. De hecho, los “Paisajes arqueológicos de las primeras plantaciones de café del sudeste de Cuba” fueron inscritos en la lista de la UNESCO, lo que da cuenta de su valor histórico. Esta herencia se complementa con la música tradicional campesina, las fiestas populares y la gastronomía local, basada en productos frescos como viandas, cerdo criollo y, por supuesto, café.

A diferencia del turismo masivo de sol y playa, los valles cafetaleros representan una forma de turismo sostenible, donde el visitante se conecta con la naturaleza y contribuye al desarrollo de comunidades rurales. La experiencia es más íntima y respetuosa con el entorno, lo que la convierte en una opción atractiva para quienes buscan autenticidad y contacto directo con la cultura cubana.

El turismo en los valles cafetaleros de Cuba es una propuesta original que invita a descubrir el país desde otra perspectiva. Más allá de sus playas icónicas, Cuba ofrece paisajes rurales de gran belleza, tradiciones vivas y un patrimonio cafetalero que forma parte de su identidad cultural. Visitar estos espacios es adentrarse en un viaje donde la naturaleza, la historia y la hospitalidad cubana se unen para brindar una experiencia única, auténtica e inolvidable.

República Dominicana: un paraíso que conquista con su esencia caribeña

Redacción (Madrid)

En el corazón del Caribe late una isla que no solo deslumbra por sus playas de arena blanca y aguas turquesa, sino también por la calidez de su gente y la riqueza de su cultura. La República Dominicana se ha convertido en uno de los destinos más buscados del hemisferio, y no únicamente por el turismo, sino por la autenticidad de su identidad.

Con más de 1,500 kilómetros de costa, el país presume de rincones que parecen sacados de una postal. Punta Cana, Samaná y Puerto Plata atraen a visitantes de todo el mundo con sus resorts y paisajes paradisíacos. Sin embargo, la isla guarda tesoros menos conocidos que sorprenden por su belleza intacta: montañas que superan los 3,000 metros de altura en el Pico Duarte, cascadas escondidas en Jarabacoa y bosques tropicales donde la biodiversidad se manifiesta en cada rincón.

Más allá de sus paisajes, la República Dominicana es un país que se escucha y se saborea. El merengue y la bachata, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, no son solo géneros musicales: son parte de la vida cotidiana, un lenguaje universal que transmite alegría y pertenencia. En cada esquina, el ritmo contagia y se convierte en el reflejo de un pueblo que vive intensamente.

La gastronomía tampoco se queda atrás. Platos como el sancocho, la bandera dominicana (arroz, habichuelas y carne) o los tostones cuentan historias de mezcla cultural y tradición. Comer en la isla es viajar por sus raíces: africanas, taínas y europeas, fusionadas en recetas que se transmiten de generación en generación.

La hospitalidad dominicana completa el cuadro. El visitante no solo encuentra un lugar para vacacionar, sino un espacio donde sentirse en casa. Quizá esa sea la razón por la cual tantos deciden regresar: porque la República Dominicana no se limita a ser un destino turístico, sino una experiencia de vida, un lugar donde lo cotidiano se convierte en inolvidable.

Cuba: la isla que se descubre con los cinco sentidos

Redacción (Madrid)

Hay lugares que se visitan con los ojos. Otros, con los pies. Pero Cuba se descubre con los cinco sentidos abiertos, como si la isla estuviera diseñada para invadir cada fibra del viajero. En cada rincón hay un aroma, un sabor, una textura, un sonido y un color que se imprimen en la memoria más allá de cualquier postal.

El sonido que vibra en la piel

Cuba no se escucha: se siente. Desde un tambor que resuena en una esquina hasta una guitarra que improvisa en un portal, la isla transforma la música en paisaje. No hace falta buscar un escenario: la melodía aparece sola, en el vaivén de una guagua, en el eco del mar contra el malecón o en la risa compartida en una terraza. Para el viajero, cada calle se convierte en una partitura en movimiento.

Colores que respiran

El azul del Caribe se funde con el verde de las palmas reales, mientras que las fachadas pintadas en tonos pasteles parecen saludar al sol con una sonrisa. Pero el verdadero espectáculo está en la forma en que la luz cubana lo transforma todo: al amanecer, los edificios son de oro; al mediodía, de blanco radiante; y al atardecer, adquieren ese tono anaranjado que parece pintado con pinceladas de fuego.

Sabores que cuentan secretos

En Cuba, cada plato es un diálogo entre la tierra y el mar. El viajero que prueba una langosta recién salida de la costa, un mango maduro caído de la mata o un café espeso servido en taza pequeña descubre que aquí los sabores no son solo gastronomía: son parte del carácter. Comer en la isla es una invitación a detener el tiempo, a sentarse y dejar que el paladar entienda lo que las palabras no alcanzan a decir.

Aromas que guían el camino

Cuba huele a salitre y a tierra húmeda, a tabaco recién torcido y a guayaba dulce. El olor a pan en la mañana anuncia que el día empieza con calma, mientras que el perfume de las flores tropicales en los jardines recuerda al viajero que aquí la naturaleza no se esconde: se muestra generosa, exuberante y cercana.

El tacto del viaje

Caminar descalzo por la arena tibia, tocar la madera gastada de una puerta antigua, sentir la brisa marina en la piel: Cuba es también una experiencia táctil. Hay algo en la textura del aire que envuelve, que obliga a bajar el ritmo y a dejarse llevar. En esta isla, el tiempo parece estar hecho para acariciarse, no para medirse.

Un viaje que permanece

Más allá de playas, montañas o ciudades, Cuba es una sensación completa. Es un lugar que no se lleva en la cámara, sino en la memoria sensorial de cada viajero. Por eso, quien la visita descubre que no importa cuánto tiempo pase: basta cerrar los ojos y dejar que un aroma, un sonido o un color lo devuelvan de inmediato a la isla.

República Dominicana: cómo disfrutar del paraíso evitando estafas comunes

Redacción (Madrid)

La República Dominicana es uno de los destinos más atractivos del Caribe. Sus playas de arena blanca, su oferta cultural y la calidez de su gente la convierten en una elección ideal para viajeros de todo el mundo. Sin embargo, como ocurre en muchos lugares turísticos, la masiva afluencia de visitantes también ha dado lugar a prácticas engañosas que pueden arruinar la experiencia. Conocer las estafas más frecuentes y saber cómo evitarlas es clave para disfrutar de unas vacaciones seguras y memorables.

Uno de los engaños más habituales se relaciona con el transporte. En aeropuertos y zonas turísticas, algunos conductores ofrecen traslados sin taxímetro o sin tarifas oficiales, lo que termina en precios excesivos. La recomendación es utilizar taxis registrados, aplicaciones móviles autorizadas o solicitar transporte directamente en el hotel, donde los precios están regulados.

En playas y centros urbanos es común encontrar personas que ofrecen excursiones, tours o actividades acuáticas a precios sospechosamente bajos. En muchos casos, estos servicios no cumplen con las medidas de seguridad mínimas o incluso no se realizan. Lo ideal es reservar siempre a través de agencias reconocidas o proveedores recomendados por el alojamiento.

Los mercados locales son coloridos y atractivos, pero algunos vendedores ofrecen artículos como ámbar o larimar —piedras semipreciosas típicas del país— que en realidad son imitaciones de resina o plástico. Para evitar fraudes, conviene comprar en tiendas certificadas o preguntar en oficinas de turismo por establecimientos confiables.

En algunos bares y restaurantes dirigidos a turistas, el menú puede no mostrar precios claros o se agregan cargos adicionales inesperados. Es recomendable preguntar antes de ordenar, verificar la cuenta al final y confirmar si el servicio está incluido para evitar pagar de más.

La República Dominicana sigue siendo un destino de gran belleza y hospitalidad, pero como en cualquier lugar muy concurrido, el visitante debe actuar con precaución. Informarse antes de viajar, optar por servicios oficiales y mantener una actitud alerta pero relajada permite disfrutar de playas, cultura e historia sin contratiempos. En definitiva, prevenir pequeñas estafas no solo protege el bolsillo: también asegura que el recuerdo de la isla sea el de un paraíso caribeño, y no el de una mala experiencia.