Redacción (Madrid)
Visitar el Vaticano es mucho más que pisar el país más pequeño del mundo; es sumergirse en un epicentro espiritual, artístico e histórico que ha marcado el curso de la civilización occidental durante siglos. Con apenas 44 hectáreas de extensión, esta ciudad-estado enclavada en el corazón de Roma concentra una riqueza cultural tan desbordante que parece desafiar las leyes del espacio.
El primer impacto para el visitante llega con la majestuosa Plaza de San Pedro, diseñada por Gian Lorenzo Bernini en el siglo XVII. Sus columnatas acogen simbólicamente a los peregrinos y turistas que se acercan de todas partes del mundo. En el centro, el obelisco egipcio y las dos fuentes monumentales completan un escenario que respira grandeza y recogimiento a la vez.

Al fondo, la Basílica de San Pedro se alza como uno de los templos más impresionantes de la cristiandad, tanto por su magnitud como por su valor artístico. Entrar en ella es caminar entre las huellas de Miguel Ángel, Bramante y Bernini, y encontrarse con tesoros como La Pietà o el imponente baldaquino del altar mayor.
Sin embargo, el viaje al Vaticano no estaría completo sin adentrarse en sus Museos Vaticanos. Este vasto complejo museístico alberga una de las colecciones de arte más importantes del mundo. Desde esculturas clásicas hasta obras maestras del Renacimiento, cada sala ofrece una ventana a la historia del arte y del pensamiento humano. El momento culminante llega al final del recorrido, con la entrada a la Capilla Sixtina. Contemplar el Juicio Final de Miguel Ángel y el techo abovedado que pintó durante cuatro intensos años es una experiencia que trasciende lo visual: es una conmoción estética y espiritual.

Pese a su dimensión reducida, el Vaticano cuenta también con encantos menos conocidos pero igualmente fascinantes. Los Jardines Vaticanos, por ejemplo, son un oasis de paz y belleza, accesibles solo mediante visitas guiadas. Pasear por ellos permite descubrir otro rostro del Vaticano, más secreto y contemplativo. Además, para quienes buscan una experiencia más espiritual, asistir a una audiencia papal o a una misa en la Basílica es una vivencia profundamente conmovedora, incluso para los no creyentes.
Viajar al Vaticano es, en definitiva, un viaje dentro del viaje. Es dejarse maravillar por el genio humano al servicio de la fe, y por la fe inspirando al arte. Es recorrer siglos de historia en unas pocas horas, y salir transformado. Y es, sobre todo, una visita que recuerda que, a veces, los lugares más pequeños pueden guardar los tesoros más inmensos.
